Una reina amante de las letras
En la biblioteca de la reina María se contaba una variedad
de obras. Destacan las obras de cariz religioso y moral, pero también obras
históricas: la reina se interesaba por la historia y por la vida de personajes célebres que pudieran servirle de referente.
María, al igual que su esposo, Alfonso V el Magnánimo, amaba
la poesía y la música. En su corte había trovadores, aunque por su falta de
medios no siempre podía mantenerlos. En más de una ocasión envió músicos a su
hermano, el rey Juan II de Castilla, que fue un gran mecenas de las letras. En
las cartas de María aparecen, entre otros, un tal Rodrigo, sonador de
lahut; otro músico llamado Aduart sonador darpa, y dos Johans
sonadores de lahudes de casa del muy alto senyor Rey marido e senyor nuestro.
La música y la literatura, además de ser un ocio gratificante, eran un lujo del
que los reyes querían disfrutar.
El valor de los libros
Todavía no se había inventado la imprenta y los libros se
copiaban a mano, escritos con tinta sobre pergamino y, a veces, ilustrados con
miniaturas de colores. Esto suponía cientos de horas de trabajo concienzudo, de
ahí su precio tan elevado. Redactar un códice podía suponer un año o dos de faena
para un escribiente y un ilustrador. Basta calcular su salario para hacernos
una idea. Esto sin contar el valor del pergamino, fabricado con piel de cordero
nonato mediante un complejo proceso químico. Imaginad, hoy, pagar por un libro
ilustrado 10 000 ó 30 000 euros. Evidentemente, sólo los reyes y los magnates,
civiles o eclesiásticos, podían permitírselo.
El rey Alfonso amaba los libros y encargaba cuantos quería sin
reparar en el precio: en Nápoles inauguró una biblioteca real con numerosos
volúmenes. María tuvo que hacer más equilibrios: a veces los pedía prestados;
otras veces encargaba copias sencillas. Las solía encargar a los conventos,
donde los monjes trabajaban en estas tareas. María pidió códices a los
monasterios de Montserrat y de Poblet, entre otros. Cuando el papa Luna,
Benedicto XIII, murió en Peñíscola en 1424, se preocupó porque sus bienes y,
especialmente, sus libros, fueran bien custodiados y no se perdieran.
En esta carta de la reina se refleja el proceso de elaboración
de un libro copiado que la reina quiere regalar a un franciscano. A fin de ahorrar en tiempo
y costes, pide que se desencuaderne el original y se repartan los folios a
varios copistas para que tarden menos en escribir la copia. Traduzco sus
instrucciones al maestre racional (su tesorero) pasando del catalán antiguo a
registro moderno para mejor comprensión: Al fiel receptor general de
nuestros cuarteles en dicho reino de Valencia, Guillem Mir, de mandato nuestro
y palabra, haga escribir un libro llamado Summa Perdurabilium, que
queremos dar al reverendo fraile Mateu del orden de los frailes menores. Os
decimos y mandamos expresamente que a la hora de hacer cuentas, Guillem Mir tome
en cuenta todas aquellas cantidades de dinero que este pueda haber pagado,
tanto en compra de pergaminos como en pagar a los escribientes y al iluminador
y al que encuadernará dicho libro, y en otras cosas necesarias, como lo que se
pague para hacer encuadernar dicho libro original de la Summa Perdurabilium
que, por mandato nuestro, fue desencuadernado para dar a diversos escribientes
para que fuera escrito rápidamente.
Los libros de María
La biblioteca de la reina María, estudiada a fondo por la
historiadora Núria Jornet Benito[1] refleja
su carácter e inquietudes. María era una mujer piadosa y buena parte de sus
lecturas eran religiosas. Poseía un libro de las horas para rezar a lo largo
del día, Ores de Santa Maria e altres officis e oracions, un precioso códice
miniado para el que encargó unos cierres de plata. Del inventario de sus libros
podemos destacar las Revelaciones de Angela de Foligno, mística
franciscana cuya lectura tuvo un gran impacto en su tiempo; el libro Scala
Dei de Francesc Eiximenis, Espill de la Creu y De Paciencia, de
Domenico Cavalca, traducciones al catalán que la reina encargó a fray Pere
Busquets, monje de Sant Feliu de Guíxols. Obra de este religioso es también el Llibre
de confesió, del que la reina pidió una copia al monasterio de Montserrat.
Estas lecturas debían ayudarla espiritualmente y proporcionarle consuelo y
fortaleza en momentos difíciles. También leía obras filosóficas inspiradoras,
como la Consolación de Boecio y las Epístolas de Séneca.
En cuanto a obras de tipo moral, entre sus libros se cuenta
el célebre De les dones, de Francesc Eiximenis, y Dels Àngels,
del mismo autor; De les virtuts dels prínceps antichs, lectura muy apta
para gobernantes y Proverbios de Iñigo Mendoza (el marqués de
Santillana). María poseía también varios libros de historia de Castilla y
Aragón, como De les conquestes, de Pere Tomic y las Stories
castellanes de Fernando López de Estúñiga.
Fe, espiritualidad, historia y forja del carácter podrían
resumir el contenido de la biblioteca de la reina, preocupada por ser buena
gobernante y buena cristiana.
Que las niñas aprendan a leer
La reina se preocupaba porque las niñas aprendieran a leer y
escribir y recibieran una educación que les permitiera afrontar su futuro con
recursos. Todas las doncellas acogidas en su casa debían aprender letras. En su
correspondencia se ven varios casos de niñas desfavorecidas, a las que María
intenta ayudar insistiendo en su formación. Una carta dirigida a la noble e amada nostra madona Isabel Scrivà, deja
patente el interés de la reina por una niña, Violeta. No sólo debe aprender a
bordar, coser o realizar labores femenines. La reina quiere que la enseñen a
leer y escribir. Transcribo pasando a idioma moderno: Hemos recibido vuestra carta [...] Y os
agradecemos la buena diligencia que habéis tenido instruyendo a Violeta, y os
rogamos afectuosamente que sea enseñada tanto a bordar como a aprender de
letras y buenas costumbres, disciplinas que confiamos en vos.
Otra carta está dirigida a Francesc del Bosc, tutor de una
niña huérfana a la que llevó con tan sólo tres años a un convento. Allí la han
criado y le han enseñado a leer, escribir y cantar. Cuando su tutor legal quiere
trasladar a la niña al convento de Sigena, las religiosas piden a la reina que
no lo permita, pues quieren que la niña permanezca en el monasterio con ellas.
Préstamos y herencias
La reina no siempre podía permitirse pagar nuevos libros o
copias, de modo que a veces los pedía prestados a los monasterios, como se
puede ver en su correspondencia. Otras veces eran monjes o damas cultas a
quienes ella prestaba sus libros. En ocasiones no se los devolvían a tiempo y
ella tenía que reclamarlos.
Cuando murió, sus bienes fueron vendidos para pagar los
numerosos legados del testamento. Las joyas y algunos objetos valiosos fueron
comprados por Juana Enríquez, esposa del rey Juan II de Aragón (la madre del futuro
Fernando el Católico). Los libros en latín también fueron vendidos, pero los
libros en romance fueron legados a la viuda Violant de Montpalau, una de las
damas de la casa de la reina.
En la novela, he recogido esta herencia en el párrafo
siguiente (del Epílogo, “Habla Violant de Montpalau”):
La reina me ha dejado en herencia las reliquias y parte de sus libros, los que están escritos en romance. ¡Ha sido generosa! Todo lo que tenía lo ha repartido entre doncellas, servidores y amigas. El dinero de sus rentas ha ido a parar a monasterios, cárceles y hospitales. Y, en un último gesto de obediencia a su esposo, ha designado heredero universal al rey Juan de Navarra, su cuñado, que tanto la hizo sufrir.
Bernat Çalva me envía a casa los libros, en unos cofres. Los traen Juan el moro y Juan el negro, dos de los esclavos. Me dicen que la reina ha dispuesto que todos ellos queden en libertad y les ha dejado un dinero. Están agradecidos, pero tristes. Mucho me temo que ser libres sin la reina será más duro que trabajar en su corte como esclavos. La soberana era una buena ama.
He preparado un lugar en mi salón. [...] Después voy colocando los libros, uno tras otro, amorosamente, en la estantería que he encargado al ebanista, con puertas de cristal. Para la reina los libros eran el mayor tesoro. Ahora lo serán para mí. Desdoblo el lienzo encerado que protege el libro de las Horas de Santa María y abro el cierre de plata. Era uno de los preferidos de la reina. Lo tenía siempre cerca y solía rezar con él. Lo abro por una página y leo...
[1] Ver su artículo
“Biblioteques de dones: la biblioteca de la Reina Maria”, publicado por el
Institut Català de les Dones de la Generalitat de Catalunya.
Comentarios
Publicar un comentario